jueves, 4 de junio de 2009

¡¡SE LO QUE HICISTEIS EN PERUGIA!!: "the making of"

*De izquierda a derecha, el niño, el maestro y la niña burbuja n junto a la catedral de la Piazza IV Novembre

*Arriba, las añoradas escaleras del Maestro







*Típica callecita medieval de Perugia.









*Ejemplar de mini-metro perugiano





*CAPITULO II: “paseando por Perugia”

Como Pepe no había escatimado en ningún tipo de detalle -excepto en lo de las habitaciones dobles, claro-, nuestro hotel se encontraba ubicado, estratégicamente, a kilómetro y medio del Estadio Olímpico; por lo que en cuestión de 7 minutos, tenías la posibilidad de plantarte en la propia puerta del recinto deportivo. Eso sí, existía la probabilidad de que el tiempo se doblase en función de la suerte que uno tuviera a la hora de elegir el camino adecuado. Unas veces el niño estaba más inspirado y llegábamos antes y, otras, sus percepciones, directamente proporcionales a su estado de aletargo, tardaban un poquito más en ser descodificadas y llegábamos más tarde. Pues bien, el amable recepcionista del frikie- museo en el que nos hospedábamos había estado informándonos ampliamente “sobre Perugia y sobre sus encantos”, así como de la disponibilidad de un curioso medio de transporte, el mini-metro, que cruzaba gran parte de la ciudad y que permitía alcanzar el centro de la misma de manera rápida, cómoda y divertida. Así que, aquella tarde, decidimos aparcar el superbuga en parking del Estadio y localizar la parada de mini-metro más próxima ¡Mamma mia, en mi vida había visto una cosa igual! –juzgad vosotros mismos por la foto-. Era como una especie de rulot espacial que se movía grácilmente a través de un ingenioso sistema de poleas gigantes. Y…. ¡quam grande fue nuestra sorpresa al montarnos en aquel curioso artefacto!: el interior estaba completamente pintado de rojo y gualda….¡los colores de la bandera española! En aquel momento comprendimos que los astros nos eran favorables y que aquello podría significar una señal divina o que, simplemente, el señor que había inventado este extraordinario artilugio móvil era un español y que, por eso, en homenaje al mismo, lo habían decorado así. Subiendo y bajando por las vías toscanas de la capital de Umbría cual cochecillos por la montaña rusa, alcanzábamos el delicioso ambiente familiar y universitario de la misma. Y, a pesar de que en aquel momento el hambre y la necesidad comenzaban a causar estragos en el interior de nuestros esbeltísimos cuerpos, la convicción marcial nos mantenía en pié y hacía que continuásemos paseando ensimismados por aquellas encantadoras callecitas medievales, repletas de restos etruscos, romanos, godos….Todo emanaba historia, arte, y uno no podía dejar de concentrarse en cada uno de los múltiples detalles que adornaban sus edificios, sus arcos y, cómo no, sus empinadas escaleras -sobre todo el maestro que, a raíz de sus estancia en México, había desarrollado una extraña fijación por estas últimas y, cada vez que veía unas, emitía, con una leve vocecilla nostálgica, algo así como “mis escaleras…”-. Y mientras una libraba batallas contra Agripa y sus legiones romanas en su mente fantasiosa, la hermanita mayor no paraba de apretar compulsivamente el botón de disparo de su mega-cámara fotográfica. “Que si mira esta gárgola que mona, que si este león tiene cara de pringao- pasmao, ¿habéis visto lo que le está haciendo la cabra al dragón…. –¡ea!, esto no os lo cuento, dadle rienda suelta a vuestra imaginación calenturienta-, ¡ostras que balcón con ropa colgando más chulo!, ¡mira, hermanita, ahí tienes otro con ropa interior de lujo!” Por fin, caminando por una de las calles principales del foro, la Corso Vanucci, tropezábamos con los efluvios de una pequeña pizzería que tenía como dependienta a una mamma de las de toda la vida, de las de “Casa Di Mamma”. Al entrar, la fornida mujer nos sonrió de oreja a oreja y rápidamente pasó interrogarnos sobre nuestra procedencia, gustos…, ofreciéndonos el mejor sitio de su local; un balconcito encantador con vistas a la Toscana, por el que corría una suave brisa mediterránea, y que estaba custodiado por una par de voraces y toscas palomas, siempre al quite de lo que pudiera caer por ahí. La cosa estaba bien pensada, porque con aquella pareja de torcaces grises uno se ahorraba muchísimo tiempo en barrer, lo cual te permitía dedicarle más tiempo a eso de trabajar la masa “pa arriba, pa abajo, voltearla, pa arriba pa abajo”…. Después de deleitarnos con varias porciones de exquisita pizza italiana y de que nuestros estómagos volvieran a cogernos cariño, nos despedimos de la mamma y proseguimos nuestro camino por la calzada principal hasta llegar a la Piazza IV Novembre, donde se encuentra la fastuosa catedral de Perugia y cuyas escaleras sirven de punto de encuentro de numerosos estudiantes, de jóvenes y de sus tribus urbanas y por qué no, de algún que otro homeless -¡anda, como en Peñuelas-, para hacer públicamente lo que han venido realizando, desde tiempos inmemoriables, sus antepasados los romanos, la tertulia. Ya, de vuelta, compramos una pequeña muestra del producto típico de esta ciudad, el chocolate. Nos montamos en el mini-metro y…subiendo y bajando cual cochecillos por la montaña rusa llegábamos al parking y, de ahí, a la puerta E del recinto deportivo. Ésta última estaba vigilada, celosamente, por un tipo calvo con pintas de portero Kosovar de discoteca ¡Con la ilusión que teníamos nosotros en acompañar al coach a su reunión de las siete con maese Lucciano Furvi! Naturalmente, el acceso nos fue denegado –¡vamos, cualquiera se atrevía a discutirle nada aquel individuo con facciones de buldog-. Pasó el maestro y la hermanita mayor, el niño y la niña burbuja se quedaron en la calle escaneando al personal que iba aglomerándose poco a poco en la entrada del Estadio con miradas desafiantes: ¿nuestros supuestos rivales? Jugábamos a averiguar quién participaba en qué. Los de Turquía, autobús y medio, y Azherbayan, otro tanto de lo mismo, daban miedo, por nuestro bien apostamos que la intención de aquellos cachalotes era la de competir en Sanda o algo así. Los de Francia, de aspecto parecido al nuestro pero más pijo, eran más normalicos, tenían pintas de taichieros o de wushu . Los de Ucrania, también ciento y la madre, venía blindados por una entrenadora con imagen de sargento de campo de concentración soviético. No tardamos en bautizarla con el apelativo de “cruella”, pero eso es harina de otro costal que ya comentaremos más adelante. La verdad es que en aquel momento una especie de sensación de pánico, de nervios y de emoción contenida comenzó a apoderarse de nuestros esculpidísimos cuerpos; las mariposas no paraban de revolotear y no había forma humana de controlarlas, ni con cambios de peso, ni con pasifloras, ni con chin-na. Y eso que esto suponía sólo el principio, la entrega de nuestras acreditaciones como atletas. Lo verdaderamente duro estaba por llegar. A los tres cuartos de hora, más o menos, sobre blanco y ¡habemus maestro! El laoshi salía sonriente y con una óptima impresión del organizador del campeonato, “maese Furvi”, y de su mujer, Serena. Giuliano Fulvi era un hombre bajito y enérgico, de aspecto afable y bonachón, que contaba con una gran escuela de artes marciales en Perugia y del cual comenzamos a sospechar que había alcanzado el don de la obicuidad. Todos, hasta el último de sus discípulos, colaboraban en los preparativos del WORLD KUNFU WUSHU CHAMPIOSHIP, por lo que era muy normal verlos ejercer de multifunciones : de atletas a vendedores, de montadores a árbitros, de artistas en el espectáculo a camareros. Sin duda, integraban un excelente equipo.
La entrega de acreditaciones contribuyó a intensificar aun más ese sentimiento emotivo y de pánico: ahí estaban nuestros DNI de atletas; con la foto, con el número de serie y con la bandera española homologada. Teníamos que hacerlo lo mejor posible, representar a nuestra escuela y a nuestro país con el máximo honor. Regresamos al frikie- museo y, crecidos por esa sensación híbrida que nos acompañaba al igual que nuestra sombra, decidimos entrenar un pelín en el mini-gimnasio del hotel, para después cenar y acostarnos. El día no daba ya para más, levantados desde las tres de la madrugada hasta las once y media de la noche, caímos exhaustos en nuestras mini-camas de la cuarta planta.

************TO BE CONTINUED**********************